Una solución obsoleta / An obsolete solution
¿Quién necesita denominaciones? / Who needs denominations?
(Note to english - speaking readers: you will find the translated version of this article below the original Spanish one.)
Hace un par de semanas señalamos que, con cada vez más frecuencia, se observa en sinagogas liberales de todo el mundo tres grandes tendencias: contratar un líder religioso generalista en lugar de varios profesionales especializados, abandonar la identificación con alguna de las denominaciones clásicas y recurrir a líderes religiosos no profesionales. Vamos en esta oportunidad a centrarnos en la segunda de estas tendencias.
Hasta el siglo XIX los judíos no pensábamos en movimientos, corrientes ni denominaciones. Cada sinagoga o comunidad seguía los lineamientos generales de la vida judía dictados por el Talmud, y a su vez tomaba como referencia lo que determinada autoridad legal ("posek halajá") establecía como práctica concreta, basado en su propio entendimiento de las fuentes. En relación al aspecto teológico o extra - halájico, algunas comunidades podían ser más racionalistas o más místicas, o por ejemplo estar más abiertas o cerradas al intercambio con el mundo gentil.
Desde ya que no todo era color de rosa, y en ocasiones las controversias se llevaban a puntos muy álgidos como sucedió con el rechazo de la comunidad ashkenazí holandesa a los descendientes de sefaradíes "retornados" de las conversiones forzadas de la Inquisición en el siglo XVII, o la contienda entre el establishment rabínico y el flamante jasidismo en la Europa Oriental del siglo XVIII. Pero más allá de estos casos particulares, en general se entendía que con matices y divergencias, el judaísmo era uno y estaba más o menos delineado por la tradición bíblica y rabínica. En todo caso, más que "afiliada" a tal o cual movimiento las comunidades se mostraban seguidoras de determinado rabino o tradición rabínica.
¿De dónde salió entonces la necesidad de conformar corrientes religiosas judías? La respuesta la encontramos en el fenómeno del asimilacionismo judío en la Europa del siglo XIX.
Superada la hegemonía de la Iglesia, gradualmente los estados modernos europeos comenzaron a permitir a los judíos participar de la vida social, cultural y económica. Esto generó que muchos miembros de este pueblo consideraran a la vida tradicional un resabio primitivo a ser abandonado en pos de las posibilidades de un entorno con cada vez más oportunidades. Con cada vez más judíos abandonando su identidad original para volverse europeos seculares (en ocasiones incluso convirtiéndose voluntariamente al cristianismo), la gran pregunta de los rabinos de la época era qué hacer para detener el movimiento asimilacionista. Podemos decir que surgieron dos grandes propuestas, que podríamos considerar "evolucionista" y "aislacionista" respectivamente.
La respuesta evolucionista al problema de la asimilación fue renovar el judaísmo, quitando del medio ideas y prácticas incompatibles con la vida moderna, a la vez que manteniendo saberes, valores y tradiciones intelectual y éticamente en sintonía con el mundo moderno. Esto es lo que se pasaría a denominar Reformismo, y fue la primera corriente religiosa judía definida como tal.
En un sentido opuesto, la respuesta aislacionista sostenía que si justamente fue la integración al mundo gentil la que generó la asimilación, la solución no estaba en cambiar nada sino por el contrario dejar todo como estaba antes de la modernidad (lo cual es paradójicamente un cambio abrumador en el desarrollo histórico del pueblo judío...). Esta visión de mantener al máximo el estilo de vida pre-moderno desembocó en lo que hoy llamamos Ortodoxia.
Tiempo después aparecieron respuestas más moderadas, que derivaron en el Judaísmo Conservador y la Ortodoxia Moderna. Con el correr del tiempo surgieron otros movimientos como el Reconstruccionismo y a su vez grupos originalmente minoritarios como Jabad Lubavitch se volvieron prácticamente movimientos en sí mismos. Respecto del judaísmo sefaradí y oriental, la presión que desde la ortodoxia ashkenazi se ejerció para que se tome postura hizo efecto, y prácticamente todas las comunidades de estas tradiciones se terminaron por aliar con aquella corriente.
Durante el siglo XX cada movimiento creó su propio seminario, asamblea rabínica, asociación de jazanim, escuelas hebreas y hasta campamentos de verano. Los libros de rezos y las melodías a utilizar en la sinagoga se volvieron rasgos de pertenencia, e incluso el tipo de kipá se transformó en una declaración de principios. Pero, ¿cumplió su objetivo el denominacionalismo? La respuesta (absolutamente judía) es sí y no.
En la ortodoxia, la premisa de marcar un límite claro entre "nosotros" y "ellos" sirvió para sostener un relativo grado de coherencia, hoy en día es una de las principales fortalezas del movimiento. Pero si el propósito de la ortodoxia era que la mayoría de los judíos viva como en el siglo XVII, la meta no fue alcanzada. La integración social es un proceso histórico demasiado contundente para ser revertido.
En relación a los movimientos no ortodoxos, la cuestión es aún más compleja. Es cierto que el abordaje espiritual e intelectual de las corrientes no ortodoxas permitieron que millones de judíos puedan compatibilizar su pertenencia étnica con la identidad nacional y hasta universal, y esto es un logro impresionante. Pero desde hace varias décadas los números "duros" parecen indicar que el denominacionalismo está empezando a fallar en resolver el problema que lo creó: combatir la asimilación.
A esta "falla operativa" se le agrega también un planteo desde adentro, cada vez más frecuente: para qué frente a una ortodoxia cohesiva y pragmática, continuar clasificando a comunidades liberales en conservadoras, reformistas, reconstruccionistas, etc. Al fin y al cabo, si en su momento elegimos asumir etiquetas en pos de la supervivencia colectiva y la estrategia ya no da resultados, continuar artificialmente separados en lugar de generar sinergia y fluidez es un sinsentido.
Al menos en la religión judía, las denominaciones surgieron más como un intento de resolución de un problema específico que como un proyecto teológico sistemático. Y si al menos en el campo liberal esta estrategia ha dejado de funcionar, es lógico que cada vez más líderes y comunidades elijan definirse más por sus convicciones y prácticas que por la adhesión a una organización formal.
Sobre esto hablaremos en el próximo envío de Nebujim.
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Jonathan Kohan es Cantor Sinagogal, Magíster en Estudios Judaicos y Lic. en Psicología. Trabaja como profesional independiente en Argentina y los Estados Unidos.
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A couple of weeks ago, we pointed out that three major trends are increasingly being observed in liberal synagogues around the world: hiring a generalist religious leader instead of several specialized professionals, abandoning identification with any of the traditional denominations, and turning to non-professional religious leaders. This time, we will focus on the second of these trends.
Until the 19th century, Jews did not think in terms of movements, currents, or denominations. Each synagogue or community followed the general guidelines of Jewish life dictated by the Talmud, and in turn took as a reference what a certain legal authority ("posek halacha") established as concrete practice, based on its own understanding of the sources. Regarding the theological or extra-halachic aspect, some communities could be more rationalist or more mystical, or, for example, more open or closed to interaction with the Gentile world.
Of course, not everything was always peaceful, and sometimes controversies reached fever pitch, as was the case with the Dutch Ashkenazi community's rejection of the descendants of Sephardic "returnees" from the forced conversions of the Inquisition in the 17th century, or the dispute between the rabbinic establishment and the fledgling Hasidism in 18th-century Eastern Europe. But beyond these particular cases, it was generally understood that, with nuances and divergences, Judaism was one and more or less defined by biblical and rabbinic tradition. In any case, rather than being "affiliated" with one movement or another, the communities showed themselves to be followers of a particular rabbi or rabbinic tradition.
Where, then, did the need to form Jewish religious movements come from? The answer lies in the phenomenon of Jewish assimilationism in 19th-century Europe.
Once the hegemony of the Church was overcome, modern European states gradually began to allow Jews to participate in social, cultural, and economic life. This led many members of this people to consider traditional life a primitive remnant to be abandoned in pursuit of the possibilities of an increasingly diverse environment. With more and more Jews abandoning their original identity to become secular Europeans (sometimes even voluntarily converting to Christianity), the great question facing the rabbis of the time was what to do to stop the assimilationist movement. We can say that two major proposals emerged, which we could consider "evolutionist" and "isolationist" respectively.
The evolutionary response to the problem of assimilation was to renew Judaism, eliminating ideas and practices incompatible with modern life while maintaining knowledge, values, and traditions intellectually and ethically in tune with the modern world. This is what would come to be known as Reformism, and it was the first Jewish religious movement defined as such.
In contrast, the isolationist response held that if it was precisely integration into the Gentile world that generated assimilation, the solution lay not in changing anything but, on the contrary, in leaving everything as it was before modernity (which is, paradoxically, an overwhelming change in the historical development of the Jewish people...). This vision of maintaining the pre-modern lifestyle as much as possible led to what today we call Orthodoxy.
Later, more moderate responses emerged, leading to Conservative Judaism and Modern Orthodoxy. Over time, other movements emerged, such as Reconstructionism, and in turn, originally minoritarian groups like Chabad Lubavitch became movements. Regarding Sephardic and Oriental Judaism, the pressure exerted by Ashkenazi Orthodoxy to pick a side had an effect, and virtually all communities within these traditions ended up allying themselves with that movement.
During the 20th century, each movement created its own seminary, rabbinical assembly, association of chazanim, Hebrew schools, and even summer camps. Prayer books and the melodies to be used in synagogue became characteristics of belonging, and even the type of kippah became a declaration of principles. But did denominationalism achieve its objective? The (absolutely Jewish) answer is yes and no.
In Orthodoxy, the premise of drawing a clear boundary between "us" and "them" served to sustain a relative degree of coherence; today, it is one of the movement's main strengths. But if Orthodoxy's goal was for the majority of Jews to live as they did in the 17th century, the goal was not achieved. Social integration is a historical process too profound to be reversed.
Regarding non-Orthodox movements, the issue is even more complex. It is true that the spiritual and intellectual approach of non-Orthodox movements has allowed millions of Jews to reconcile their ethnic belonging with national and even universal identity, and this is an impressive achievement. But for several decades, the "hard" numbers seem to indicate that denominationalism is beginning to fail in solving the problem that created it: fighting assimilation.
To this "operational failure" is also added an increasingly frequent internal question: why, in the face of a cohesive and pragmatic Orthodoxy, do we continue to classifying liberal communities as Conservative, Reform, Reconstructionist, etc.? After all, if at some point we choose to adopt labels in pursuit of collective survival and the strategy no longer yields results, continuing artificially separated instead of generating synergy and fluidity is pointless.
In Jewish religion, denominations emerged more as an attempt to solve a specific problem than as a systematic theological project. And if, at least in the liberal camp, this strategy has stopped working, it's logical that more and more leaders and congregations are choosing to define themselves more by their convictions and practices than by adherence to a formal organization.
We'll talk about this in the next issue of Nebujim.
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Jonathan Kohan is a Synagogue Cantor, Master in Jewish Studies and a Bachelor in Psychology. He works as a freelancer in Argentina and the United States.