“Dame café para lo que puedo cambiar, y vino para aceptar lo que no puedo. Servimos ambos”. Fuente: https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=69976420
¡Shavua Tov!
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Cada vez que en el mundo real o virtual me encuentro con este frase (que es una adaptación de la famosa Oración de la Serenidad) una leve sonrisa se me dibuja en la cara porque debo admitir que café y vino marcan el comienzo y el final de mi día.
Necesito una buena dosis de ese misterioso brebaje oscuro e intenso para intentar resolver los incontables (y en su mayoría intrascendentes) problemas que me depara el día. Algunos los resuelvo, algunos nuevos problemas surgen y la gran mayoría pasa a mi cada vez más grande lista de pendientes. Al finalizar la jornada suelo acompañar mi cena con una copa de vino, porque más allá de sus efectos fisiológicos (y quizás por ser parte de una cultura en donde el vino es símbolo de celebración y gratitud) me hace sentir que la vida no es perfecta pero de todas formas vale la pena.
Me pregunto qué sería de mi vida si desayunaría con vino y cenaría con café. Probablemente estaría la mayor parte del día sorprendentemente relajado frente a los contratiempos que se presentan, pero me iría a dormir tenso y preocupado. Estaría pasivo ante lo que sí puedo cambiar, y lo que está más allá de mí me quitaría el sueño.
En base a lo que mi trabajo me permite conocer y sobre todo a lo que muchos amigos y colegas me cuentan, creo que en cierto sentido en la vida comunitaria judía estamos desayunando vino y cenando café. Discutimos y lamentamos procesos históricos que no sólo están más allá de nuestro alcance sino que además son completamente lógicos y predecibles, y desatendemos lo que verdaderamente sí podríamos resolver y modificar.
Me propuse hacer posteos breves, así que el detalle de qué creo que debería aceptarse con vino y cambiarse con café en la vida comunitaria lo voy a desarrollar en profundidad próximamente, pero sí quiero plantear una idea general.
Esperanza y negación son dos actitudes completamente distintas. La primera es constructiva, la segunda tremendamente tóxica.
Si el pueblo judío pudo subsistir casi dos milenios de exilio llenos de incertidumbre y persecución fue porque basó su esperanza en la aceptación de la realidad que le tocó vivir. Espero ocuparme del tema en profundidad más adelante, pero no puedo dejar de destacar que los movimientos judíos más utópicos han sido a su vez los más pragmáticos.
En el próximo posteo voy a enumerar una serie situaciones que atraviesa la vida judía actual que creo que lisa y llanamente hay que aceptar y dejar de afrontar con preguntas teológicas y valoraciones morales que únicamente llevan a la confrontación y el estancamiento.
¿Qué situaciones a tu criterio la comunidad judía debería aceptar en lugar de continuar invirtiendo recursos para modificar?
Nos leemos!
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