Un judío ortodoxo usando su smartphone durante su estudio. La modernidad llegó para todos. Foto: https://www.pexels.com/photo/photo-of-man-using-mobile-phone-4034039/
En el post anterior hablamos de la importancia de aceptar lo que no podemos cambiar acerca de la situación actual de la comunidad judía, y centrar nuestros recursos (tiempo, dinero y capital humano fundamentalmente) en lo que sí podemos modificar. Vamos ahora a comenzar a mencionar aquello que, a criterio de este humilde servidor, deberíamos tomar como cuadro de situación relativamente inmutable.
La modernidad llegó para quedarse… ¡para todos!
Desde hace alrededor de dos siglos para los judíos Europeos y un poco menos para los del Norte de África y Medio Oriente, la vida regida por la Halajá ha dejado de ser la única forma de identidad para convertirse en una posibilidad entre otras. El relativo aislamiento social y cultural que caracterizó a la vida judía medieval (y que entre otras cosas garantizaba el casamiento entre judíos y la continuidad de la observancia) dio lugar a una creciente inserción en un mundo cada vez menos regido por la religión y el principio de autoridad.
Decir que los judíos entramos en la modernidad muchas veces implica no asumir que, a su vez, la modernidad entró en los judíos. Excepto por momentos históricos muy puntuales como pueden haber sido el Holocausto o las prohibiciones soviéticas, al menos durante al menos los últimos cien años la mayoría de los judíos ha elegido la forma de vincularse con su comunidad y la sociedad en general de forma libre y segura. En la mayoría de los países en los que vivimos nadie irá preso por ir a una sinagoga ni tampoco será apedreado por comer un sándwich de jamón y queso.
El mundo medieval en donde se forjó gran parte del judaísmo rabínico y en el cual ni siquiera existía una palabra para lo que hoy llamamos secularismo, ya no existe más y no va a volver. Afirmar que determinadas corrientes del judaísmo “se quedaron en el tiempo” es un error (de hecho, la propia idea de “ortodoxia” es una propuesta de resistencia al secularismo moderno). Nadie se queda en el tiempo, sino que cada cual reacciona a su tiempo de forma distinta. Por otro lado, culpar a la modernidad por la asimilación judía es obviar que justamente gracias a la modernidad los judíos pudimos estudiar y progresar social y económicamente, y gracias a la modernidad en la mayoría de los países en los que vivimos somos ciudadanos plenos amparados por el Estado.
Por más que queramos aislarnos de ella o acusar a otros de no reconocerla, la modernidad nos atraviesa a todos, y no hay vuelta atrás.
Vamos a tener bajas
Una de las preguntas que más suelo escuchar en mi trabajo es “¿Cómo puede ser que tantos judíos se estén alejando?” Como buen judío respondo a una pregunta con otra pregunta: “¿Cómo puede ser que luego de más de doscientos años de emancipación irrestricta, aún haya vida judía diaspórica activa? ¡Es un milagro que hay que celebrar!” Pero para celebrar este milagro, hay que reconocer algo básico pero esencial:
La propuesta religiosa y cultural del judaísmo no es para todos, simplemente porque ninguna propuesta es para todos.
La vida judía comunitaria implica la adhesión a determinadas premisas, la inserción en determinados ámbitos sociales con rasgos particulares y también, seamos honestos, una inversión económica nada menor. Es reconfortante que la mayoría de los judíos actualmente elija seguir siendo parte del colectivo, pero hay un porcentaje que decidió bajarse, y mal que nos pese hay que respetar la decisión.
Voy a cerrar este apartado criticando dos estrategias de “reconversión” que me parecen restan más de lo que suman.
En primer lugar, establecer extorsiones emocionales y términos peyorativos para quienes se alejan, tales como “renegados”, “antijudíos”, etc. Estas etiquetas lo único que hacen es polarizar aún más a la comunidad y anular cualquier posibilidad de encuentro. Que alguien haya tomado decisiones distintas a las que tomé yo no lo vuelve ni un enemigo a vencer ni tampoco un enfermo a curar.
Por otro lado, tampoco me parece una solución sólida intentar “disfrazar” las pautas formales e informales de interacción comunitaria para mostrar a los “alejados” que van a poder integrarse sin resignar un ápice de las mismas convicciones que en un momento los hicieron irse. Este simulacro suele durar un suspiro, y la desilusión de quienes vuelven sobre la promesa de una comunidad “distinta” los lleva no sólo a volverse a ir, sino a reforzar su antipatía para todo lo que sea o parezca judío.
Nada es para siempre
Lo que voy a mencionar a continuación es el gran elefante en la habitación que hasta me animaría a decir es un tabú en muchos ámbitos de nuestra colectividad:
La comunidad judía de Latinoamérica está desapareciendo.
Quizás con excepción de México (que por razones geográficas, económicas y culturales prefiero considerar América del Norte junto a EEUU y Canadá), la demografía judía latinoamericana es contundente. La comunidad judía que comenzó a tener vida judía organizada a fines del siglo XIX y tuvo su apogeo comunitario a mediados del siglo pasado, está reduciéndose de forma lenta pero sistemática.
Las razones de este proceso son simples: los últimos 50 años de Latinoamérica estuvieron marcados por una gran incertidumbre política y económica. Para poner un ejemplo en Argentina, las grandes emigraciones judías coincidieron con hechos clave de la vida del país: el golpe militar de 1976, la crisis económica del 2001 y la crisis post-pandemia que actualmente estamos atravesando.
En particular en el mundo judío liberal, escuelas, sinagogas y clubes están cerrando sus puertas; hay muchos más sepelios que bodas; la tasa de natalidad es muy baja, y la tasa de involucramiento de esos hijos en la vida comunitaria es aún más baja. Con un poco de más hándicap para los judíos de observancia estricta, todo apunta a que en una o dos generaciones la vida judía tendrá sus únicos dos epicentros en América del Norte e Israel.
En el próximo posteo voy a terminar de mencionar los aspectos de la realidad comunitaria actual que me parecen tenemos que comprender y aceptar para centrar nuestros esfuerzos en lo que realmente podemos cambiar.
¡Nos leemos!
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